lunes, 23 de julio de 2012

Se me perdio la cadenita ...


Son casi las 2am y los vecinos no acaban con la fiesta, pensé que viviendo en la última casa de la colina podría evitar ruido externo al propio, veo que no es así. Se traen un pachangón que no tiene fin.


La hija de la vecina cumplió quince años y se los festejaron en grande. Tanto ruido me recordó a mi viejo pueblo, al lugar donde me crié; mi vieja casa estaba rodeada de salones de fiesta, la Esmeralda, el Partenón, el Salón Nájera y la Nueva Esmeralda estos eran los concurridos lugares de fiesta que crearon en mí un sueño pesado, tan pesado como el de un gigante, tan pesado como el cansancio que me aturde y tan pesado como el insomnio que me incomoda. 

Sigo atónita. Ingenua yo pensando que podía olvidar, reprimir y evitar mi joven pasado, pensando que el autoexilio era la salvación para no caer en la intolerancia tan característica de un buen citadino y una vez más mi querido pueblo de las farolas me ha sorprendido ya que desde mi casa que está justo en la parte más alta de la pequeña colina puedo escuchar todas y cada una de las canciones que el sonidero toca para que la gente se pare a bailar, a cantar, a gritar, a llorar, a embriagarse de euforia y diversión. 


Los envidió tanto que se amarga un poco mi boca y comienzo a marearme. Envidio que tengan pareja de baile, ya sea con la que bailan la vida o solo la noche, envidio que se irán con un buen sabor de boca a la cama ya sea para dormir o seguir bebiendo, mientras yo sufro con una intensa falta de glucosa que me trae solo dolores de cabeza e impaciencia que no me permite tomarme a la ligera tanto ruido y todo por culpa de mi sueño que me  juega una mala pasada, ya que mi hermoso y querido sueño hace tres días me abandonó. 

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